lunes, 7 de noviembre de 2016

Dinero de mentira



¡Dinero de mentira!
Esta vez he tenido tiempo poco después de escribir la última entrada (si acabo este post el mismo día que lo empiezo) y ahora que he empezado a trabajar me ha parecido un buen momento para hablar de dinero, pero... ¿Cuál es el pero? Soy un informático y nosotros lo hacemos todo más difícil así que hoy os golpearé en las ingles metafóricas explicando qué mierda es eso de la moneda virtual, concretamente el Bitcoin y por qué el concepto es tan raro-chulo.


Bitcoin, la moneda virtual.
En 2009, hace nada, un tal “Satoshi Nakamoto”, seudónimo para un programador hasta hoy desconocido (aunque hay hipótesis de quién es), creó una moneda virtual en open source (hablé de open source aquí). Esa moneda inicialmente no valía nada hasta que en el primer trimestre 2013 adquirió algún valor llegando a 250$ cada Bitcoin. Sufrió un pequeño desplome después por unas medidas restrictivas en china y terminó dando la campanada en 2014, cuando alcanzó su cifra record, con un valor de cerca de 1100$ para cada unidad de esta moneda virtual. Actualmente se encuentra en 698$.  
Histórico de valor del bitcoin a 7-11-2016


¿Una moneda 700€?
Eso he dicho. El truco es que tú puedes tener medio Bitcoin, un cuarto o una fracción cualquiera, incluso una millonésima parte de Bitcoin. La diferencia con la moneda tradicional es que se crea por los usuarios en un proceso que se denomina “minería”.

¿Cómo se sabe que un Bitcoin es mío?
Bitcoin funciona mediante una cosa llamada Blockchain. Esta tecnología registra todas las operaciones que se realizan entre los usuarios, de forma que en un instante tú realizas la transferencia, se envía a la red de blockchain y ésta se guarda distribuida entre todos sus usuarios. Podéis comprobar que no os miento en https://blockchain.info/ en la sección de últimas transacciones, veréis cómo vuela el dinero.

¿Es seguro que todo el mundo sepa todos los movimientos?
No solo seguro, es la clave de la seguridad. Pensad en un pueblo en el que todos tienen un libro en el que apunta quién tiene las pelotas de colores. Si Manolo le da a Eusebia la pelota azul (o la mitad del Bitcoin número 121787) saca el megáfono y grita por la ventana: “YO, MANOLO, LE DOY LA BOLA AZUL A EUSEBIA”, los usuarios del pueblo miran sus libros y apuntan la transferencia gritando a coro “VALE” (si Pepe está de vacaciones, actualizará su libro a la vuelta). Imaginemos que Manolo no tiene la pelota azul. En el pueblo no se desata el caos, simplemente los vecinos lo comprobarán en sus libros y gritarán por la ventana: “MANOLO NO TIENE ESA PELOTA, TRANSACCIÓN CANCELADA” y fin del problema. Evidentemente es más seguro cuantas más respuestas esperes. A partir de 6 confirmaciones una transferencia se considera muy segura.

¿Y dónde guardo los Bitcoins?
Para empezar, Bitcoin es una moneda “joven” y por tanto su precio sube y baja abruptamente. Sin ir más lejos, desde que he comprobado su valor para el artículo ha subido 1€. Así que es una moneda adecuada para pequeñas transacciones más que para tener tus ahorros, al menos actualmente. Al margen de eso, los Bitcoins se guardan en un monedero. Un monedero es un programa que certifica tu identidad bajo contraseña, es el que acredita que tú eres manolo. De este modo es tu monedero quien tiene acceso a tus Bitcoins, no tú. Si pierdes el archivo, formateas u olvidas la contraseña pierdes el dinero, de hecho, un hombre perdió un dineral tras tirar undisco a la basura con la única copia del monedero. También existen monederos físicos, una especie de pendrive muy caro (~100€) que vale sólo para guardar Bitcoins. La única particularidad es que está orientado a mantener la seguridad. Hay que decir que puedes guardar en una caja fuerte tu monedero en un CD con la contraseña escrita, ya que no necesitas el archivo actualizado. Blockchain guarda la propiedad de las monedas por ti.


¿Anonimato? Algo así
Los Bitcoin no tienen anonimato, tienen “Pseudonimato”, es decir: Yo me descargo un monedero y obtengo algo de dinero. Esas monedas pertenecen a un número de monedero y mientras no reveles que eres el propietario, esa cantidad es anónima. Si das tus datos personales asociados a tu número de usuario, podrías ser identificado (lo que serviría para tener por ejemplo una cuenta con dinero público). De hecho, el bitcoin es una moneda virtualmente irrastreable si se trata con cuidado, por lo que da quebraderos decabeza a la policía a la hora se saber de dónde procede dinero de drogas y cosas así.

Confianza, la clave.
¿Qué sustenta el valor de esta moneda? Pus eso, la confianza. Puede parecer un sustento flojo y débil como un vegano, pero el mercado de valores funciona de ese modo, el BBVA podría desplomarse en bolsa por la pérdida de confianza de los inversores. Por ello es una moneda que, a diferencia de las nuestras, no sustenta su valor en el oro, sino en lo usada que sea. Tampoco nos asustemos, ya que alcanzó la masa crítica de gente hace tiempo y es improbable que deje de usarse. Del mismo modo, a los miedosos les pregunto en qué basa su valor el oro. La  única respuesta es la misma que os doy para la ya nombrada moneda virtual: El oro basa su valor en lo extendido que está su uso (Aunque lleva unos cuantos años de ventaja a las monedas virtuales).

La minería: un trabajo duro.
Al proceso de crear criptomonedas se le llama “minería”, esto es porque, al igual que en esa actividad, cuanto más material se extrae, mayor es la dificultad de encontrar más. Pero, ¿cómo encontramos un Bitcoin? O ¿En qué consiste la minería? Como hemos dicho cada transacción se registra en blockchain, que en inglés significa “cadena de bloques”. Un bloque es un montón de transacciones agrupadas y “selladas” mediante un “hash”. La última definición será la de hash: En criptografía, si tomas dos archivos y calculas sus hashes, ambos serán diferentes, dos archivos iguales excepto en un bit, también tendrán hashes diferentes, de esta forma si alguien modificase un archivo, al comprobar el hash, sabrías que el archivo no es original. Es como si fuera un identificador que se obtiene mirando el contenido. Para complicar un poco la cosa, como si fuera fácil, antes de cifrar un bloque con el hash, se mete en el bloque el hash del anterior, encadenándolos (blockchain, qué bien hilado).
Pues bien, minear es calcular el hash del próximo bloque, y en ello compiten miles de ordenadores del mundo, intentando calcular uno que se adapte a las características del bloque y que no esté repetido. Cuando un ordenador obtiene un hash válido válido, gana 25 Bitcoins y se “sella” el bloque. Hoy se anda sellando un bloque cada 15-20 minutos (cerca de un millón y medio de dólares al día).


Granja de minería

Hay que decir que cada vez el proceso es más lento ya que la dificultad aumenta con el tamaño de la cadena, y también debemos decir que existe una máxima cantidad de Bitcoins (21 millones) que va a existir. De este modo la moneda es previsible, lo que resulta necesario para un sistema monetario. No puede haber escasez (natural o artificial por acaparación) de Bitcoins ya que pueden dividirse hasta el infinito, de forma que, si cada Bitcoin pasase a valer un millón de dólares, podríamos utilizar 0,0000001 bitcoin, que valdrían un dólar, y lo podríamos llamar 1 nanobitcoin. De hecho, está calculado que una sola de estas monedas podría servir como unidad monetaria para todo el planeta si tuviese el valor necesario.

Trabajo en equipo.
Lo explicado de minería se utilizaba en el pasado de forma individual. Ahora, grupos de gente minean en conjunto poniendo a trabajar el potencial de su hardware en común. De este modo, dependiendo de cuanta potencia de cálculo aportes, te llevas una cantidad proporcional de cada moneda generada. Este tipo de minería en grupo se denomina “mining pool”.

Terminamos
Os dejo en paz tras este párrafo: ¿Qué tiene de especial el Bitcoin? Para empezar, es la única moneda que permite transferencias automáticas a nivel global sin ningún tipo de tasa o coste. También cabe destacar que no puede devaluarse voluntariamente mediante la producción de más de estas monedas, ya que la cifra está fijada y es virtualmente inalterable. De este modo estaríamos basando la confianza no en las promesas de un gobierno, sino en las inmutables leyes de la matemática. Termino ya con la última ventaja: Según los expertos, una transferencia entre direcciones Bitcoin es varias veces más segura que una transferencia entre cuentas bancarias. ¿Confiáis en un modelo económico basado en la confianza?

domingo, 16 de octubre de 2016

Mis memorias



Tras unos meses de descanso motivados por los exámenes, mi trabajo de fin de grado (¡Ya soy ingeniero!) y una búsqueda de trabajo (un parado menos) aquí llega otra entrada del Tecnópata obsoleto. ¿Qué tema tratamos hoy? 

Normalmente se piensa que la memoria RAM es el único factor determinante en la velocidad de un equipo y que cuanto más grande sea la memoria más rápido va a ir. Sin embargo, la realidad dista un poco de esa creencia popular y hoy vamos a explicar por qué, dando un repaso por la arquitectura de los ordenadores a través de los tiempos. Antes de empezar advierto que, al ser un tema complicado, podría resultar un poco más denso que de costumbre.

Al principio de los tiempos eran los sistemas integrados, es decir, chips pensados exclusivamente para una tarea cuyo diseño se correspondía a un propósito específico. Estos chips siguen existiendo, un ejemplo de sistema integrado podría ser el chip que controla los alerones de un avión. En un momento dado, se quiso crear procesadores sin un único propósito y así nacieron los procesadores de propósito general que se usan hoy en día.

En ese avance tan chulo, necesitábamos saber qué iba a hacer el procesador a continuación, es decir, una vez estaba ejecutando queríamos conocer cuál iba a ser su próximo paso, ya que, al ser un procesador de propósito general, podría realizar cualquier tarea. Para esto metieron una pequeña memoria que servía para tener a mano las instrucciones y los datos. Algo así como ir al teatro y coger el panfleto, cuando acaba este acto sabes cuál va después y qué actores entran. Esa memoria, es la memoria RAM. Tras eso, todos los programas se cargaban con unidades de almacenamiento externo (disquetes, normalmente) y cuando quitabas el disquete el programa no estaba instalado, simplemente desaparecía (no, no se podía guardar partida en la mayoría de los juegos). El problema de los disquetes es que eran un coñazo infumable, tenías que tener muchos, MUCHOS, tantos como programas o a veces bastantes más (un ejemplo de su baja capacidad, es que Windows 95 venía en 13 disquetes) así que alguien decidió crear un disco más grande que estuviese en el ordenador y nos permitiese instalar programas. Entonces Dios dijo: “hágase el disco duro” y vio que era bueno.


De este modo nació el disco duro (Hard Drive Disk o HDD). Cada vez que queríamos cargar un programa tenía que transferirse todo el contenido de ese programa desde el HDD a la memoria RAM y para ejecutarlo iba saliendo de la RAM al procesador. Cada una de estas transferencias creaba un cuello de botella y ralentizaba la ejecución, de forma que, aunque los procesadores eran rápidos, no podía suministrárseles información a la velocidad suficiente, igual que cuando vas a un restaurante con hambre, te comes el primero y tienes que esperar a que acaben de cocinar el segundo.

Llegamos al tiempo actual donde, para paliar los cuellos de botella, se creó una compleja jerarquía de memoria (poco a poco, no de golpe) de forma que, cuando queremos un dato, se copia de arriba hacia abajo en el esquema de memoria. El truco está en que cada paso copia trozos más pequeños. Usando esta técnica, si tienes que buscar un dato, es más fácil buscarlo en los niveles inferiores. Otro truquito es que cuanto más cerca del procesador estás, más rápidas son tus transferencias, de forma que los registros transfieren de forma instantánea y una transferencia grande con disco duro puede tardar varios segundos.

¿Qué hace entonces que el ordenador sea más rápido? La respuesta a esa pregunta no es fácil, figura retórica subrayada, pues pasa por muchos puntos. Ya hemos visto que el tamaño de la memoria sólo es la cantidad de información que puede almacenar proveniente del disco duro. Está bien, cederé un poco al decir que una memoria muy pequeña ralentizará el ordenador, pero muchísimo espacio (digamos 32 GB) no van a dar una ventaja, porque símplemente tendremos más datos cargados, pero habrá que transferirlos también a las memorias inferiores. Por ello habría que tener en cuenta unas consideraciones:

Lo primero es la frecuencia a la que opera la memoria. A mayor frecuencia, mayor tasa de transferencia. Podemos continuar con el tiempo de acceso a datos, que es la medida más fiable. Seguiremos pensando en la cantidad de memoria caché que tenga el procesador (sí, el procesador tiene memoria) y para acabar, otro dato importante es la velocidad de lectura/escritura del disco duro, que es el muro más alto que tendremos que saltar. Por ello en los últimos tiempos se han creado discos duros híbridos (tienen una pequeña memoria caché de 8-10 GB) y los rapidísimos discos duros SSD, que son más parecidos a un pen drive que a un disco duro. De hecho, ya no tienen “disco” dentro, sólo chips. Estos discos aceleran una barbaridad el mayor cuello de botella de nuestro ordenador, el producido entre disco duro y memoria RAM. 

Así que termino con este secreto a voces de la informática: hasta ahora, ¿Qué hace un informático si la transferencia del hardware resulta muy lenta? Introducir un paso adicional. ¿Parece muy descabellado?

jueves, 7 de abril de 2016

Desproporcionadamente bueno




Dice un viejo refrán: "burro grande, ande o no ande" y en nuestra amada España es cierto más que en ningún otro sitio. En este país tenemos un problema y no es un problema trivial: todo el mundo quiere lo mejor y más caro, independientemente del uso que le vaya a dar.

Iphone de diamantes, fuente de la imagen vakeourbano
Iphone 6 valorado en 3,5 millones de dólares
En toda empresa que se precie, antes de realizar un gasto o una inversión, el encargado se dedica, aunque sea unos minutos, a calcular si se necesita el bien a comprar y si el impacto económico es asumible. Esto funciona a nivel empresarial, pero, a nivel personal, nos dejamos llevar por el corazón latino (de sangre caliente, pegado a tu piel) y nos masturbamos metafísicamente con la compra más cara posible, aunque quizá sea “demasiado” para nosotros. –“¿Cómo que demasiado? ¿Osas afirmar, oh Ismael, que no soy lo bastante bueno para los objetos que compro?” – Cálmate, voz con acento inglés que habla en mi cabeza, cuando digo demasiado no quiero decir demasiado bueno para ti, quiero decir que eres un comprador descerebrado que decide a lo loco, como si un precio mayor garantizase que tu compra es lo que necesitas.

Ahora, si no eres tan descerebrado como para haber parado de leer, voy a poner uno de esos ejemplos exagerados que me gustan tanto y que explican mi punto de vista: Esta noche estás solo en casa y quieres cenar filete, así que vas a la carnicería. Te atiende un simpático mozo y te ofrece una selecta variedad de carne entre la que escoges gustoso y relamiéndote tu pieza favorita. “¿Cuánto le pongo?” te pregunta el carnicero, a lo que respondes “7 kilos y medio, que no quiero pasar hambre”. Quizá esa cantidad de carne sea adecuada para una barbacoa en familia, pero no para la cena de una persona normal. Esto mismo pasa con los ordenadores, tablets o, en especial, con los smartphones. En España, Pepe el callista, (sí, callista es una profesión) tiene un teléfono móvil que cuesta 700€ y que usa fundamentalmente para Whatsapp y Eufrasio (le pongo nombre rústico para que os lo imaginéis mayor) el fontanero tiene un ordenador de 1199,95€ (comprado en rebajas) que utiliza, a grandes rasgos, para navegar por internet y buscar fotos de mozas ligeras de ropa que estén de buen ver.

Todo este despilfarro salvaje habitualmente viene de la mano y dando palmas con la afirmación: “es mejor comprarse un ordenador bueno a que se te quede anticuado en 2 años”, y esto es FALSO (al menos parcialmente falso). Sí, la informática avanza muy rápido y la ya comentada ley de Moore (¡primera autorreferencia!) hasta ahora ha sido impepinable, pero nuestras necesidades se han mantenido bastante estables. Desde finales de 2003, cuando la gente utilizaba Windows XP, salvando unas pocas excepciones (y muchos videojuegos en mi caso) tenemos esencialmente los mismos programas en el ordenador, a saber: un navegador web, un programa de ofimática y un reproductor de vídeo/audio (y quiero que conste que Spotify funciona en Windows XP). Por poner un ejemplo, tengo en casa aún un portátil con más de 10 años que todavía da la talla como un campeón invencible, reproduce vídeo, navega y hace todas esas cosas para las que os venden equipos de 700€, no os preocupéis, a mí también me engañan y yo me dejo, aunque no sin quejarme.

Para escapar de la espiral de escritura de hoy me marcharé dando un consejo: la próxima vez que tengáis que comprar un aparato no os dejéis llevar por la evolución de la tecnología (nunca vais a saber lo que va a salir al mercado) o por el vendedor de media markt que te ofrece “el mejor equipo del mercado”. Pensad en vuestras necesidades, comparad precios, preguntad a alguien que sepa del tema y que tenga dos dedos de frente (que cuando le digáis que os ayude a buscar un equipo os pregunte: “¿Para qué lo vas a utilizar?”) y, en resumen, usad el sentido común.

Por último, acabaré como siempre con una pregunta:
¿Por qué cambiamos más de ordenador que de necesidades?